DESCRIPCIÓN:
Había una vez un pequeño pueblo situado en las montañas, donde sus habitantes vivían en armonía con la naturaleza y se dedicaban a la agricultura y la ganadería. Las casas de piedra y madera se alineaban a lo largo de las estrechas calles empedradas, y el aire estaba impregnado con el olor a tierra húmeda y vegetación.
Cada mañana, los lugareños se levantaban temprano para ir a sus campos y cuidar de sus cultivos. Al atardecer, regresaban con la satisfacción de un día de trabajo bien hecho, compartiendo historias y risas alrededor de una fogata en la plaza del pueblo.
Los niños correteaban por las calles, jugando a las escondidas o a la pelota, mientras los mayores se reunían en la taberna para charlar y disfrutar de un vaso de vino. Los domingos, la iglesia del pueblo se llenaba de fieles que acudían a dar gracias por la abundancia de la tierra y pedir protección para sus familias.
En las noches de luna llena, se organizaban bailes tradicionales donde todos participaban, vestidos con sus trajes típicos y zapateando al ritmo de la música tradicional. La alegría y la camaradería reinaban en el pueblo, donde todos se consideraban parte de una gran familia.
Así transcurrían los días en este hermoso rincón de la montaña, donde el tiempo parecía detenerse y la vida se vivía en armonía con la naturaleza y las tradiciones. Cada estación traía consigo sus propias tareas y festividades, marcando el ritmo de la vida de sus habitantes y fortaleciendo el espíritu de comunidad que los unía.
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